Varios estudios recientes confirman que el uso del smartphone puede vincularse con conductas egoístas, ya que después de utilizarlo durante un tiempo determinado las personas son menos propensas a compartir acciones prosociales con los demás.
La nueva era de la tecnología ha conseguido que, a través de los smartphones, estemos constantemente conectados a los demás. Lo que ocurre es que a veces esta conexión no es beneficiosa del todo y se crean conductas egoístas o la paradoja de 'estar conectado' pero a la vez perder el contacto 'real' con nuestros semejantes.
Un grupo de investigación perteneciente a la Universidad Robert H. Smith School of Business en Maryland, ha realizado un experimento, con una muestra de hombres y mujeres de 20 años de edad, en el que se demuestra que, tras un tiempo determinado de uso de un smartphone, la gente se vuelve más reacia a participar en actividades que benefician a otra persona o a su comunidad. Por el contrario, las personas que no habían utilizado estos dispositivos se mostraban mucho más dispuestas a realizar este tipo de tareas.
Este resultado parece ser producido por lo que hace más de dos milenios decía Aristóteles: "el ser humano es un ser social por naturaleza, el que no puede vivir en sociedad, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios." El hombre necesita vivir en sociedad y los smartphones nos conectan con los demás y nos hacen 'vivir en sociedad'. De esta manera, esa necesidad queda satisfecha de manera rápida, cómoda y sencilla y reduce nuestras ganas de ayudar a los demás.
Pero no es el único estudio que demuestra la conectividad social de los smartphones. En la Universidad de Northwestern se realizó otro experimento que dio como resultado que las personas que se sentían muy vinculadas a la sociedad o con una vida social activa, eran más propensas a ser crueles con los demás.
Otro estudio explica que el uso de las redes sociales, al cumplir una función practicamente idéntica a la de los smartphones también potencia la deshumanización de las personas. En la Universidad de Northwestern se realizó un experimento semejante y se confirmó que aquellas personas que tenían un fuerte sentido de pertenencia social eran más propensas a deshumanizar a los demás y, por lo tanto, a tratarlos de una forma más cruel.
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