"Hay muchos estudiantes inteligentes aquí", declaró Marck Zuckerberg ante un auditorio de 200 alumnos de la famosa universidad de Harvard.
Mark Zuckerberg abandonó la Universidad de Harvard en 2004
para no volver. Las clases le aburrían. El ambiente académico no era lo suyo.
Buscaba menos teoría y más acción. Se mudó a California para expandir Facebook,
la red social que había creado en aquel campus universitario.
Sin embargo, la semana pasada, Zuckerberg, de 27 años, regresó con todas las
formalidades. No para acabar sus estudios en Ingeniería Informática y
Psicología, sino para buscar cerebros que trabajen en su empresa. "Hay
muchos estudiantes inteligentes aquí, y van a tener que decidir dónde quieren
trabajar", dijo en Boston, ante 200 alumnos que habían acudido a darle la
bienvenida.
Harvard es uno de los centros educativos más exclusivos y caros del mundo.
Cada curso cuesta unos 50.000 dólares. La universidad sólo acepta un 6,2% de
las 35.000 solicitudes que recibe al año. De sus alumnos de final de curso se
gradúa cada año el 97%, lo que significa que solo un 3% abandona la universidad
sin título. ¿Se puede considerar un fracaso? Depende.
La lista de fracasos de Harvard es larga e ilustre. Zuckerberg no se
licenció. Bill Gates, el fundador de Microsoft, tampoco. En ese grupo están el
actor Matt Damon; el poeta Robert Frost, ganador del Pulitzer en dos ocasiones;
el magnate de la comunicación William Randolph Hearst y la actriz Elisabeth
Shue.
Zuckerberg ha desafiado las convenciones de educación y etiqueta de esta
ancestral institución. Regresó al campus con una fortuna de casi 17.500 millones
de euros sin quitarse su célebre remera con capucha y sus jeans ajados. Al fin
y al cabo, estaba allí como alguien que consideró que no tenía por qué acabar
sus estudios para triunfar.
Al personal de Harvard parecía no importarles aquello. Tampoco parecían
recordar ese noviembre de 2003 cuando casi expulsaron a Zuckerberg por
infiltrarse en los servidores universitarios para robar fotos de alumnos, con
las que creó un programa, Facemash, para votar a los estudiantes más
atractivos.
Las agrupaciones de estudiantes hispanos y alumnas afroamericanas
protestaron entonces por lo que consideraban un uso racialmente inapropiado y
sexista de las fotos de la universidad. En este flamante regreso, sin embargo,
lo que importaba no eran las viejas rencillas, sino colocar a alumnos en
puestos de trabajo. Y en este contexto económico, ¿qué importa abrirle los
brazos a una oveja negra millonaria?
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